2 ago 2011

Las 12 Pruebas de la Inexistencia de Dios: Quinta Parte


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TERCER ARGUMENTO: DIOS NO ES INFINITAMENTE BUENO; EL INFIERNO LO DEMUESTRA

El Dios Gobernador o Providencia es y debe ser infinitamente bueno, infinitamente misericordioso. La existencia del infierno prueba que no lo es.

Seguid bien mi razonamiento: Dios podía -puesto que es libre- no crearnos; él nos ha creado.

Dios podía -puesto que es todopoderoso- crearnos a todos buenos; ha creado a buenos y a malos.

Dios podía -puesto que es bueno- admitirnos a todos en su paraíso, después de nuestra muerte, contentándose con el tiempo de pruebas y tribulaciones que pasamos sobre la tierra.

Dios podía, en fin -puesto que es justo- no admitir en su paraíso más que a los buenos y negar su acceso a los perversos, pero aniquilar a estos a su muerte, en lugar de destinarlos al infierno.



Pues quien puede crear puede destruir; quien tiene el poder de dar la vida tiene el de aniquilar.

Veamos; vosotros no sois dioses. Vosotros no sois infinitamente buenos, infinitamente misericordiosos. Tengo, sin embargo, la certidumbre, sin que os atribuya cualidades que quizá no poseéis que, si estaba en vuestro poder, sin que ello os costase un esfuerzo penoso, sin que de ello resultase para vosotros ni perjuicio material, ni perjuicio moral, si, digo, estaba en vuestro poder, en las condiciones que acabo de indicar, de evitar a uno de vuestros hermanos en humanidad, una lágrima, un dolor, una prueba, tengo la certidumbre de que lo haríais. Y, sin embargo, vosotros no sois infinitamente buenos, ni infinitamente misericordiosos.

¿Seríais vosotros mejores y más misericordiosos que el Dios de los Cristianos?

Pues, en fin, el infierno existe. La Iglesia nos lo enseña; es la horrenda visión con ayuda de la cual se espanta a los niños, a los viejos y a los espíritus temerosos; es el espectro que instalan a la cabecera de los agonizantes, a la hora en que la proximidad de la muerte les quita toda energía, toda lucidez.

Pues bien: El Dios de los cristianos, Dios que dicen de piedad, de perdón, de indulgencia, de bondad, de misericordia, precipita a una parte de sus hijos -para siempre- en esa mansión poblada por las torturas más crueles, por los más indecibles suplicios.

¡Cuán bueno es! ¡Cuán misericordioso!

¿Conocéis esta frase de las Escrituras: “Habrá muchos llamados, pero muy pocos elegidos”? Esta frase significa, si no me engaño, que será ínfimo el número de los elegidos y considerable el número de los malditos. Esta afirmación es de una crueldad monstruosa que se ha intentado darle otro sentido.

Poco importa: el infierno existe y es evidente que habrá condenados -pocos o muchos- que en él sufrirán los más dolorosos tormentos.

Preguntémonos para qué y para quién pueden ser provechosos los tormentos de los malditos.

¿Para los elegidos? ¡Evidentemente no! Por definición, los elegidos serán los justos, los virtuosos, los fraternales, los compasivos, y no podemos suponer que su felicidad, ya inexpresable, fuese acrecentada por el espectáculo de sus hermanos torturados.

¿Sería provechoso para los mismos condenados? Tampoco, puesto que la Iglesia afirma que el suplicio de esos desgraciados no terminará jamás y que, en los millares y millares de siglos, sus tormentos serán intolerables como el primer día.

¿Entonces?...

Entonces, fuera de los elegidos y de los condenados, no hay más que Dios; no puede haber más que él.

¿Es para Dios, pues, para quien pueden ser provechosos los sufrimientos de los condenados? ¿Es, pues, él, este padre infinitamente bueno, infinitamente misericordioso, quien se complace sádicamente con los dolores a los que el voluntariamente condena a sus hijos?

¡Ah! Si es así, este Dios me parece el verdugo más feroz, el inquisidor más implacable que se pueda imaginar.

El infierno prueba que Dios no es ni bueno, ni misericordioso. La existencia de un Dios de bondad es incomprensible con la del Infierno.

O bien no hay Infierno, o bien Dios no es infinitamente bueno.

CUARTO ARGUMENTO: EL PROBLEMA DEL MAL

Es el problema del Mal el que me facilita mi cuarto y último argumento contra el Dios-Gobernador, al mismo tiempo que mi primer argumento contra el Dios-Justiciero.

Yo no digo: la existencia del mal, mal físico, mal moral, es incompatible con la existencia de un Dios infinitamente poderoso e infinitamente bueno.

Es conocido el razonamiento, aunque sólo sea por las múltiples refutaciones -siempre impotentes, por lo demás- que se le han opuesto.

Se le hace remontar a Epicuro. Tiene, pues ya más de veinte siglos de existencia; pero por viejo que sea, ha conservado todo su rigor.

Helo aquí:

El mal existe: todos los seres sensibles conocen el sufrimiento. Dios que lo sabe, no puede ignorarlo. Pues bien: de dos cosas una:

O bien Dios quisiera suprimir el mal, pero no ha podido.

O bien Dios podría suprimir el mal; pero no ha querido.

En el primer caso, Dios quisiera suprimir el mal; es bueno, se compadece de los dolores que nos abruman; de los males que padecemos. ¡Ah, si sólo dependiese de él! El mal sería destruido y la felicidad florecería sobre la tierra. Una vez más: él es bueno; pero no puede suprimir el mal; en este caso, no es todopoderoso.

En el segundo caso, Dios podría suprimir el mal. Bastaría quererlo, para que el mal fuese abolido; él es todopoderoso; pero no quiere suprimirlo; en este caso, no es infinitamente bueno.

Aquí Dios es poderoso, pero no es bueno; allá, Dios es bueno, pero no es poderoso.

Para que Dios sea, no basta con que posea una de estas dos perfecciones; potencia o bondad; es indispensable que posea las dos a la vez.

Este razonamiento jamás ha sido refutado.

Entendámonos: yo no digo que no se haya intentado jamás refutarlo; yo digo que no se ha conseguido jamás.

El ensayo de refutación más conocido es éste:

“Planta usted en términos completamente erróneos el problema del mal. Injustamente hace usted responsable de él a Dios. Si, es cierto, el mal existe y ello es innegable; pero es al hombre a quien hay que hacer de él responsable. Dios no ha querido que el hombre sea un autómata, una máquina, que él actúe fatalmente. Al crearlo, le ha dado la libertad; ha hecho de él un ser enteramente libre; de la libertad que le ha otorgado generosamente, Dios le ha dejado la facultad de hacer, en todas las circunstancias, el uso que quisiera; y, si place al hombre, en lugar de hacer de ella un uso juicioso y noble de este bien inestimable, hacer un uso odioso y criminal, no es a Dios a quien cabe acusar, porque sería injusto; de ello hay que acusar al hombre”.

He aquí la objeción, que resulta ya clásica.

¿Qué vale ella? Nada.

Me explicaré:

Distingamos primero el mal físico del mal moral.

El mal físico, es la enfermedad, el sufrimiento, el accidente, la vejez, con su cortejo de taras y de enfermedades; es la muerte, la pérdida cruel de los seres que amamos: criaturas que nacen y mueren algunos días después de su nacimiento sin haber conocido más que el sufrimiento; hay una multitud de seres humanos para los que la existencia no es más que una larga cadena de dolores y de aflicciones, de suerte que hubiera valido más que no hubiesen nacido; es, en el dominio de la naturaleza, los azotes, los cataclismos, los incendios, las sequías, las hambres, las inundaciones, las tempestades, toda esta suma de trágicas fatalidades que se cifran en el dolor y en la muerte.

¿Quién osaría decir que hay que hacer responsable al hombre de este mal físico?

¿Quién no comprende que, si Dios ha creado el Universo, si es él quien le ha dotado de las formidables leyes que le regulan y si el mal físico es el conjunto de las fatalidades que resultan del juego, normal de las fuerzas de la naturaleza; quién no comprende que el autor responsable de estas calamidades es, ciertamente, aquel que ha creado este Universo, aquel que lo gobierna?

Supongo que, sobre este punto no hay contestación posible.

Dios que gobierna el Universo es, pues, responsable del mal físico.

Esto solo bastaría y mi respuesta podría quedar reducida a esto.

Pero yo pretendo que el mal moral es imputable a Dios de la misma manera que el mal físico, puesto que, si existe, él ha presidido a la organización del mundo moral como a la del mundo físico y que, consecuentemente, el hombre, victima del mal moral como del mal físico, no es más responsable del uno que del otro.

Pero es preciso que me refiera a lo que tengo que decir sobre el mal moral en la tercera y última serie de mis argumentos.

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