Nestlé mata a los bebés!" "McDonald's destruye la selva tropical!" "¡Tu calzado deportivo se fabrica con mano de obra infantil!" ¿Son ciertas estas afirmaciones? ¿Es cierto que mi marca preferida se produce en condiciones infrahumanas? ¿Hay alguna cosa que pueda seguir comprando sin recibir como "vuelto" una violación de los derechos humanos o la destrucción del medio ambiente? ¿O será que estas objeciones son demasiado exageradas y ya han pasado de moda...?
Las grandes marcas dicen: no hay ningún problema. McDonald's, por ejemplo, entrega sus hamburguesas en cajitas reciclables no contaminantes. Nike ("Just Do It!") hace algo contra el trabajo infantil. E incluso la compañía petrolera Shell se declara comprometida y pregona su responsabilidad social y ecológica. ¿Qué más se puede pedir?
Nosotros quisimos investigar más a fondo y pusimos a las marcas famosas bajo la lupa. orque si en el mundo hay doce millones de niños que se desloman para fabricar artículos de exportación baratos, sin duda hay alguien que está sacando provecho de ello. Y porque cuando se dice que los grupos multinacionales promueven la explotación, la venta de armas, la destrucción ambiental y el maltrato a los animales, es necesario que a esas multinacionales se les ponga nombre y apellido.
Una gran cantidad de entidades de derechos humanos, sindicatos, organizaciones religiosas y periodistas críticos de todo el mundo observan con atención los manejos de firmas inescrupulosas y sacan a la luz las irregularidades. Nosotros hemos recopilado las imputaciones más generalizadas, para después revisarlas y actualizarlas. Asimismo, por medio de Internet, pudimos obtener documentos de Hong Kong que hasta el momento habían pasado inadvertidos, artículos de periódicos nigerianos regionales e incluso informes comerciales de las propias multinacionales, cuyo contenido fue analizado y chequeado para controlar su veracidad.
Finalmente clasificamos los resultados en rubros de consumo, a través de los cuales mostramos que el desprecio por los derechos elementales en el comercio internacional es sistemático: en el primer capítulo, Klaus Werner se dedica a las relaciones globales de explotación por parte de las multinacionales. Allí exhibe las numerosas formas que adopta la despiadada búsqueda de lucro en las áreas correspondientes a alimentos, indumentaria, aparatos electrónicos y combustibles, así como también en los bancos y las grandes industrias. Hans Weiss, experto en medicamentos desde hace muchos años, apunta a las anomalías en la industria farmacéutica y nos demuestra que aun los juguetes de los niños suelen producirse en condiciones inhumanas.
En dos países –en Hungría y en el Congo– logramos descubrir por nuestra propia cuenta cómo se benefician de las violaciones a los derechos humanos empresas que son grandes y conocidas. Debimos hacernos pasar por negociantes inescrupulosos para llevar a cabo nuestras investigaciones: Klaus Werner se transformó en un traficante "virtual" de materias primas, a fin de averiguar qué papel desempeña la multinacional alemana Bayer en el financiamiento de una guerra que ya se ha cobrado más de 2,5 millones de vidas en el corazón de África. En un viaje a la zona del conflicto, comprobó que muchos de los afectados saben perfectamente que están sumidos en la miseria, en parte, "gracias" a la codicia de compañías occidentales. Mientras tanto, Hans Weiss se convirtió de la noche a la mañana en manager de la industria farmacéutica. Directores de diversas clínicas de Budapest le dieron la aprobación vía emailpara someter a sus pacientes a ensayos clínicos prohibidos (a cambio de elevados honorarios) El reporte explica por qué las compañías farmacéuticas internacionales testean sus nuevos medicamentos de manera creciente en Europa Oriental y en países del denominado Tercer Mundo. Del mismo modo, revela las prácticas no éticas de las multinacionales y la complicidad de los médicos involucrados.
La segunda parte del libro brinda informes comerciales especiales acerca de cincuenta empresas seleccionadas, que atentan contra los valores éticos en forma reiterada y generalizada. Nos hemos concentrado en marcas conocidas que dominan gran parte del mercado en Alemania, Austria y Suiza. Sus delitos son tan diversos como los productos que comercializan: Adidas, fabricante de artículos deportivos, se encuentra en la picota a causa de las desastrosas condiciones laborales que imperan en las plantas de sus proveedores; la marca de bananas Chiquita, debido a la explotación de los trabajadores en las plantaciones y al uso de herbicidas extremadamente peligrosos; la empresa de ropa interior Triumph recibe críticas a raíz de su cooperación con el brutal régimen militar de Myanmar (ex Birmania); mientras que a Siemens se la acusa de participar en peligrosas centrales nucleares y en proyectos de represas, para cuya concreción fue necesario expulsar a millones de personas de sus hogares y despojarlas de su sustento vital.
Dentro de nuestra "lista de los malvados", los tres que ocupan el podio son Bayer, TotalFinaElf y McDonald's. La lista de imputaciones a las multinacionales alemanas que operan en el sector químico y farmacéutico es casi interminable. Bayer expone a los pacientes a ensayos clínicos no éticos, a sabiendas de los graves daños de salud que pueden provocarles, Bayer pone en circulación peligrosas sustancias tóxicas, Bayer lucha para que no haya medicamentos baratos contra el sida en los países más pobres del mundo y Bayer, por último, es uno de los pilares que financian el comercio de materias primas dentro de un Congo azotado por la guerra civil.
La multinacional de estaciones de servicio TotalFinaElf desarrolla su actividad prácticamente en todos los lugares donde convergen la violación de derechos humanos y la extracción de petróleo: en Myanmar, en Sudán, en Angola y en Nigeria. Y McDonald's no sólo es criticada por las consecuencias que ocasiona su consumo industrial de carnes en el medio ambiente y en la ganadería: los juguetes con los cuales la empresa de hamburguesas atrae a los niños europeos hacia sus restaurantes fueron fabricados gracias a la explotación de niños chinos.
En Europa, hasta el momento, esto pareció importarles a muy pocos. Durante la realización de este libro, comprobamos con frecuencia que el maltrato a los animales y la destrucción de la naturaleza generan reacciones más enérgicas que la violación de los derechos humanos. ¿No es curioso que millones de automovilistas hayan boicoteado a la compañía Shell en 1995 porque ésta planeaba sumergir una plataforma petrolífera en el Mar del Norte y que no lo hicieran, en cambio, por su vinculación con el atropello a los derechos humanos en Nigeria? También desde Internet, los llamados a boicotear a firmas que efectúan experimentaciones con animales superan largamente a las condenas contra las multinacionales que sacan provecho de la explotación humana.
De todos modos, el tema del boicot es un arma de doble filo. En la mayoría de los casos no nos parece conveniente, ya que a menudo los boicots no hacen más que poner en peligro los puestos de trabajo sin modificar en absoluto la miseria de la gente. Las excepciones a la regla (es decir, los casos en los que los mismos involucrados convocan al boicot) las presentamos en este libro. En el caso de muchos productos –en especial, los alimentos– el Comercio Justo ofrece alternativas buenas y económicas. Si se hallan disponibles, se puede dar prioridad a los bienes regionales o a los que se fabrican según criterios ecológicos. En el ámbito de la inversión de capitales, los fondos éticos tienden a promover un enriquecimiento políticamente correcto. Mientras tanto, en el área de los combustibles, la única alternativa consiste en evitar todo lo posible el uso del automóvil y el avión.
Pero de lo que se trata, en primer término, es de exigir a viva voz que las grandes empresas realicen cambios. Ese poder está en manos de los consumidores. Las casas matrices de las multinacionales tienen muy en cuenta esas protestas, tal como se desprende de una serie de campañas exitosas. Cuanto más se extienda esa protesta y cuanto más clara se torne, más se verán forzados los responsables a efectuar cambios que superen lo meramente cosmético.
En resumen, este libro no busca eliminar el placer del consumo. Al contrario: pretende actuar como estímulo para que usted se convierta en un consumidor atento e incluso activo. Porque cada vez es más la gente que combina su placer con la exigencia de estándares de vida dignos en el otro extremo de la cadena de producción. Más allá de cada caso particular, sean cuales fueren sus exigencias, de una cosa estamos seguros: al leer este libro, usted se pondrá furioso.
Klaus Werner y Hans Weiss
Berlín/Viena, agosto de 2001
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